(Clase del 18 de Octubre del 2020)

Jesús, El hombre espiritual.

Damos comienzo a una nueva serie de estudio biblico titulada "Jesús, Ejemplo de Vida", cuyo objetivo general es "Entender como nuestro Señor vivió su espiritualidad"

Jesús, el Verdadero Siervo

Objetivo Específico: Aprender que es un Siervo para dios

El evangelio de Marcos revela a Jesús como el Rey que llega, quien es a la vez el siervo sufriente. Este libro está destinado a ayudar a sus lectores a comprender quién fue Jesús y lo que implica el verdadero discipulado.

Reproduciendo el espíritu de este Evangelio, nos corresponde fijar la atención en los hechos de Jesús, más que en sus dichos. Porque, a la verdad, el discípulo que pretende seguir fielmente sus pasos, debe encaminarse con la firme disposición a servir en todo momento.

Jesucristo comunicó a sus discípulos el propósito por el cual había venido:

Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir...” (Marcos 10:45).

Servir, en este versículo se usa la palabra diakonéo, que se define como: ser servidor, servir a (domésticamente o como anfitrión, amigo)

Esta declaración de Jesús sobre su propio ministerio, debe centrar nuestro pensamiento a la hora de poner por práctica el modelo que él mismo estableció. Servir a Dios y a nuestro prójimo, de la manera como el Maestro lo hizo, debe ser la máxima aspiración de cualquiera que, con buen sentido del término, se declare a sí mismo cristiano.

1. EJEMPLO DE ENTREGA

(Objetivo Específico: Entender cuál es la motivación de esta entrega a servir)

En la época del Nuevo Testamento un siervo era un esclavo que llevaba una vida extremamente sencilla, llena privaciones, marcada por el trabajo y el servicio. Jesucristo fue el Siervo perfecto

Filipenses 2:5-7
5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús,
6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;

Jesús vivió como Siervo, sirviendo a los hombres de todas las capas sociales, sin acepción de personas. Sirvió a los ricos como a los pobres, a los lindos como a los feos, a los prestigiosos y a los marginados. Llamó “amigo” a Su traidor, e incluso lavó los pies de Su enemigo, haciendo el trabajo de un esclavo del rango más bajo. ¿Está este sentir de Jesús también en nosotros?

Deberíamos pensarlo.

Él les dijo (a sus discípulos): Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, de manera que ni aun tenían tiempo para comer (Marcos 6:30).

La disposición de Jesús llegaba a tal punto, que como bien dice el versículo, «no tenían tiempo ni para comer». Sobre la enseñanza, rescatamos que la comida, al igual que las demás necesidades materiales básicas, se debe situar en un segundo orden, conforme a los valores del Reino celestial.

No tener tiempo ni para comer significa que, en caso preciso, posponemos la satisfacción de nuestras necesidades elementales, para en primer término cubrir las ajenas... Esta iniciativa puede parecer extraña a los ojos de la sociedad, pero el particular llamamiento de Jesús contiene este método tan original.

Es innegable la obligación que todo ser humano tiene, en la medida de lo posible, de suplir las necesidades físicas. Pero, apliquemos en su correcta dimensión la enseñanza bíblica, pues situando la vida cristiana en un plano superior, el discípulo de Cristo debe estar dispuesto incluso a prescindir de las momentáneas provisiones diarias, si con ello se consigue hacer un bien al prójimo.

Siguiendo este mismo orden, consideremos la vida espiritual con actitud sensata, porque ésta contiene unos valores especiales que trascienden lo puramente terrenal, y por lo tanto gozan de una definitiva repercusión eterna. En cambio, el alimento físico, sin dejar de ser necesario, solamente cubre las necesidades temporales de nuestro organismo. Aunque, si bien es verdad, no sugerimos que el alimento sea inútil, pues nos permite obtener los nutrientes y la energía necesaria para seguir adelante con salud. Sin embargo, visto en último término, el alimento físico no contiene un alcance de mayor relevancia que las cuestiones de carácter eterno. Así, el alimento espiritual llena aquellas áreas más insondables de nuestro corazón, cubriendo las profundas necesidades existenciales que todos poseemos; mientras que el alimento material se descompone en nuestro organismo, asumiendo solamente una finalidad temporal.

Aparte de ofrecerle la importancia propia que se obtiene del alimento físico, observamos que Jesús, como buen siervo, hizo un correcto uso del tiempo durante su estancia en este mundo. Es verdad que la expresión ¡no tengo tiempo! a veces resulta una perfecta excusa utilizada por muchos para eludir sus responsabilidades. No fue así como Jesús obró, sino que administró el tiempo con sabiduría, aprovechando cualquier momento para servir al prójimo y cumplir así con la obra de Dios.

Nos preguntamos, ¿en qué empleamos nuestro preciado tiempo? En lo que respecta al tiempo y a nuestros compromisos ministeriales, tampoco pensemos que el discípulo de Cristo debe ser un corredor incansable, cuyas ocupaciones eclesiales parezcan no tener fin. Si nos fijamos bien, en la primera estrofa del versículo leemos que Jesús invita a sus discípulos al descanso, lo cual nos lleva a pensar que hemos de intentar conseguir el deseado equilibrio, dedicando parte de nuestro tiempo al servicio cristiano, pero sin menoscabo del necesario descanso, pues de otra forma se produciría lo que hoy se conoce técnicamente como un cuadro de estrés.

Pensando en nuestras preferencias, nos preguntamos por la administración de nuestro tiempo. Y en esta consideración, debemos valorar si el hecho de cubrir nuestras necesidades básicas, resulta más importante que desempeñar la voluntad de Dios. Pese a todo, servir a nuestro prójimo exige tiempo, y ese tiempo se administra en la medida que nuestras prioridades sean las del Señor Jesús.

Destaquemos la enseñanza recibida, y procuremos descansar bien de nuestros trabajos; pero tengamos a bien invertir nuestro tiempo debidamente para la eternidad, pues la cosecha en el cielo dependerá, en buena medida, de nuestra labor aquí en la tierra. Tenemos tiempo para todo, pero también debemos tenerlo para Dios...

«Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos» (Marcos 9:35).

En respuesta a la disputa que tenían los discípulos de Jesús, acerca de los cargos que se concederían en el Reino futuro, la enseñanza bíblica pareció llegar con cierta sorpresa: el primero en el reino de Dios, es el que sirve. Nos imaginamos por un momento la contrariedad en el rostro de aquellos discípulos, puesto que seguramente el concepto que ellos poseían sobre la supremacía del Reino, se alejaba demasiado del pensamiento de Jesús.

Es probable que la intención de los discípulos, en aquellos momentos, no fuese orientada hacia el servicio, sino más bien a obtener un puesto privilegiado, donde ellos mismos gozaran de las ventajas de un excelente servicio por parte de los demás. Parece lógica esta forma de pensar, pues en el sistema de nuestra distinguida sociedad, al que goza de una mayor posición le corresponde ser servido; y seguramente las referencias éticas que ellos poseían, no parecían ser muy diferentes. Hemos de reconocer que todos, en mayor o menor medida, somos egoístas, y por momentos entendemos la vida cristiana en términos de lo que nos puede servir, o nos puede ser útil. Pero, aceptar que estamos llamados a servir, a veces en contra de nuestros intereses personales, parece ir contra natura.

Utilizando las firmes palabras de Jesús, podemos confirmar lo expuesto, indicando que el que quiera ser el primero, tendrá que ser el servidor de todos... De esta frase tan rotunda, aprendemos que nuestro servicio cristiano contiene una función esencialmente práctica, que va dirigida hacia las personas que nos rodean (servidor de todos)... No podemos evitar el presente ejemplo, porque si queremos seguir las pisadas de nuestro Señor, la relación que mantengamos con nuestros semejantes habrá de manifestarse primordialmente a través del servicio.
La naturaleza humana es esencialmente egoísta, y nos inclinamos en creer que si los demás nos sirven y nos tratan bien, entonces somos felices. ¡La verdadera felicidad es algo mucho más profundo que esto! Jesús dice:

“Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.” (Lucas 22:27)

Jesús no servía a los demás con el fin de ser honrado, sino porque los amaba. De hecho, Él eligió servir a aquellos que no le podían dar nada a cambio. Los niños pequeños, los cojos y ciegos, los leprosos y los que fueron despreciados por la sociedad, los cuales podían venir a Jesús y encontrar consuelo y sanación. Jesús les servía porque Él los amaba, ¡no porque ellos se lo merecían! No es correcto hacer el bien a aquellos que consideramos que lo merecen, Jesús amó la justicia y odio la injusticia, y por eso Dios lo ungió con óleo de alegría más que a sus compañeros. (Hebreos 1:9) En otras palabras, ¡Él ha sido la persona más feliz que ha caminado sobre la faz de la tierra!

Vista la enseñanza, señalamos el concepto equivocado que algunos pudieran tener sobre el tema en cuestión, porque servir no significa vivir en una especie de subordinación al mandato ajeno, o sometimiento inconsciente a cualquier voluntad. El espíritu de servicio no proviene en ningún caso de la humillación ingenua, sino de la libertad con que Cristo nos ha hecho libres, sabiendo que a quien realmente servimos, es a Dios

En definitiva, nadie debe presumir de que sirve a Dios, si de una forma u otra no está sirviendo a los demás. No pequemos de simplicidad, porque si a nuestras bonitas palabras no acompañan también los hechos en el ejercicio práctico del servicio, tampoco podemos afirmar que somos seguidores de Cristo (cristianos). Sería recomendable, entonces, analizar nuestra forma de servicio: cómo estamos aplicando los dones; en qué modo y lugar ejercitamos nuestro ministerio; de qué manera estamos compartiendo lo material; y lo más importante, cuál es nuestra motivación a la hora de hacerlo.

Visto el espíritu servicial del Maestro, bien podemos afirmar que, si el cristiano no sirve a los demás, su cristianismo de nada sirve. Nuestra verdadera entrega a Dios, debe resultar en servicio a los demás.

Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. (Gálatas 5:13)